HAITI de pie
por Gloria Alvarado
Hoy vi el dolor florecer en el horizonte,
tenía llanto dolor y lágrimas,
escuche el sonido del viento gritando,
buscando refugio entre las ruinas del desastre.
Busqué una sonrisa de esperanza y encontré una mueca de dolor,
dibujada, en el grito de la vida.
Me estremeció la realidad del vivir.
Quise dar consuelo, a la desesperanza, y vi un vacío en mi interior y busqué el dolor mas no encontré nada.
Soledad y tristeza me embargaron, y me cubrí el rostro sombrío,
y lloré como nunca lo había hecho, mas cuando todo el cielo se estaba oscureciendo, se escucho un voz, una voz que salía de cada rincón,
y levantaron las manos mis hermanos,
y bendijeron el cielo
y unieron sus dedos con la esperanza
y el cielo lloró de alegría.
Así escuché un canto hermoso que cubría la tierra de paz y vi llorar el amor, y derramarse la miel de la promesa; y todos unidos sin color ni credo, cantaban una canción: “Amémonos los unos a los otros”.
En medio del dolor empecé a sentir el calor de la vida; tuve fuerzas y elevé mis manos al cielo y miré a los ojos del dolor.
Vi la enseñaza del amor, de la unión, de la vida, y los hermanos de la vida, estaban allí.
Juntos en un solo deseo de dar esperanza, en una búsqueda eterna,
desafiándolo todo, en una entrega de amor absoluto.
Wednesday, February 24, 2010
Sunday, February 21, 2010
El Misterio del Calzoncillo Perdido.
El Misterio del Calzoncillo Perdido.
Poco después de haber llegado a mis aposentos, tras largo día de ajetreo, decidí desvestirme y darme un buen baño. Mientras difícilmente me despojaba de mis prendas, retorciéndome como contorsionista de circo intentando deshacerme de mis pantalones y de pelar de mis espaldas la sudorosa camisa, me encaminé directamente al baño para terminar de modelar lo que finalmente sería el traje de Adán; claro está, que sin la mentada hojita de parra y con eso, a plenitud de mi ya famosa "triste figura".
Rápidamente me quité la ropa interior y la tiré, como de costumbre, en la cesta de la ropa sucia y sin pensarlo más, seguí con mi rito diario de la ducha, repitiendo la misma rutina una y otra vez durante el curso de la semana restante, en algunos casos hasta dos veces por día: ¡casi que rechinaba de lo limpio que quedaba!
Al principio de la semana siguiente, decidí lavar la ropa sucia que se había acumulado durante los días previos. Seleccioné cuidadosamente lo que para entonces eran las semi aromáticas prendas: los calcetines acá en éste montón, las camisetas y calzoncillos aquí en este otro, las camisas blancas de cuello duro en otro separado y claro está, las prendas de color aisladas del resto en un montículo aparte. Me daba orgullo de la simetría con la que colocaba los añejos montones y del contraste que producían sobre el piso de azulejos rosados instalados en típico diseño entrecruzado de los años cincuenta.
Prendí pues la lavadora después de haberla cargado con el respectivo perfumado fardo y dando la media vuelta, me dediqué a mis oficios cotidianos. En menos de una hora, sonó en el aparato lo que el fabricante llama "timbre", pero lo que yo llamo "alarma de buque durante un incendio" y cuyo enervante sonido me hace saltar hasta el cielorraso como uno de esos gatos asustados de las tiras cómicas.
Saqué pués la ropa húmeda de la lavadora y tras de haber sacudido cada prenda por separado para que se secara mejor y más rápido, tiré una por una dentro de la secadora. Me aseguré de que en la lavadora no quedara absolutamente nada. Prendí la secadora y nuevamente regresé a mis quehaceres. Una vez secas, retiré las prendas y colocándolas dentro de un canasto, las llevé para tirarlas sobre la cama para surtirlas y doblarlas.
Cuál no sería mi sorpresa al comenzar a deshacer aquel tibio nudo caótico de futuros trapos, cuando me dí cuenta de que pese a la cuidadosa contabilidad de mis paños menores.... ¡uno de ellos faltaba!
¡Horror de los horrores! ¿Acaso no había sido YO personalmente el que había colocado la ropa en la lavadora? ¿Qué truco cruel me estaba jugando la vida que ahora me negaba la entrega de uno de mis propios calzoncillos? ¿Será que me lo está escondiendo como si fuera un rehén a cambio de una cuantiosa recompensa?
Sin pensarlo más y entrando en materia, directamente comencé a escarbar como perro buscando su hueso enterrado. ¡No podía ser! Y ahora, para colmo de males, descubrí que tampoco encontraba el par de uno de mis calcetines azules oscuros. ¡Insoportable: DOS prendas desaparecidas, en MI casa, de MI lavadora y todo eso después de que YO PERSONALMENTE me encargué de lavarlas! ¡Casus belli! grité a todo pulmón, mientras invocaba palabras húngaras adultas que le rendían pleitesía a las deidades de la escatología entremezcladas con las de la divinidad.
Tras de recuperar un poco la calma después de haberme desquiciado por tan flaca causa, decidí continuar doblando la ropa para guardarla y entonces fué cuando me percaté de que el dichoso calcetín "desaparecido" había sido capturado por la pierna de uno de mis pantalones oscuros y estaba a punto de ser devorado por la entrepierna del mismo. Afortunamente como caballero que rescata la dama en el momento crítico de la película, lo pude salvar de su negra suerte. ¡Qué sentimiento tan gratificante el que se siente al haber logrado esa aparentemente insignificante pero importante faena! Felizmente admito que los actos caballerosos siguen vivitos y coleando, tal como yo lo acababa de demostrar en mi tarea de hidalgo de la ropa limpia.
Orgulloso de mis acciones, decidí regresar a la secadora para revisar una vez más y asegurarme de que no hubiese quedado nada adentro y cuando me acerqué, ahí mismo, ante mis ojos, entre el brillante tambor de acero inoxidable y una de sus aletas, ¡se encontraba arrugado y atrapado el reverendo calzoncillo! La euforia que se apoderó de mí es inexplicable; casi me sentí como el Sherlock Holmes de la ropa interior, el detective máximo de los paños menores, el Charlie Chan de los "chones": ¡había resuelto el misterio del calzoncillo desaparecido!
Y pensar que me había preocupado tanto por tal nimiedad... ¡qué vergüenza, mano!
André Csihas
San Antonio, Texas
21 febrero 2010
Poco después de haber llegado a mis aposentos, tras largo día de ajetreo, decidí desvestirme y darme un buen baño. Mientras difícilmente me despojaba de mis prendas, retorciéndome como contorsionista de circo intentando deshacerme de mis pantalones y de pelar de mis espaldas la sudorosa camisa, me encaminé directamente al baño para terminar de modelar lo que finalmente sería el traje de Adán; claro está, que sin la mentada hojita de parra y con eso, a plenitud de mi ya famosa "triste figura".
Rápidamente me quité la ropa interior y la tiré, como de costumbre, en la cesta de la ropa sucia y sin pensarlo más, seguí con mi rito diario de la ducha, repitiendo la misma rutina una y otra vez durante el curso de la semana restante, en algunos casos hasta dos veces por día: ¡casi que rechinaba de lo limpio que quedaba!
Al principio de la semana siguiente, decidí lavar la ropa sucia que se había acumulado durante los días previos. Seleccioné cuidadosamente lo que para entonces eran las semi aromáticas prendas: los calcetines acá en éste montón, las camisetas y calzoncillos aquí en este otro, las camisas blancas de cuello duro en otro separado y claro está, las prendas de color aisladas del resto en un montículo aparte. Me daba orgullo de la simetría con la que colocaba los añejos montones y del contraste que producían sobre el piso de azulejos rosados instalados en típico diseño entrecruzado de los años cincuenta.
Prendí pues la lavadora después de haberla cargado con el respectivo perfumado fardo y dando la media vuelta, me dediqué a mis oficios cotidianos. En menos de una hora, sonó en el aparato lo que el fabricante llama "timbre", pero lo que yo llamo "alarma de buque durante un incendio" y cuyo enervante sonido me hace saltar hasta el cielorraso como uno de esos gatos asustados de las tiras cómicas.
Saqué pués la ropa húmeda de la lavadora y tras de haber sacudido cada prenda por separado para que se secara mejor y más rápido, tiré una por una dentro de la secadora. Me aseguré de que en la lavadora no quedara absolutamente nada. Prendí la secadora y nuevamente regresé a mis quehaceres. Una vez secas, retiré las prendas y colocándolas dentro de un canasto, las llevé para tirarlas sobre la cama para surtirlas y doblarlas.
Cuál no sería mi sorpresa al comenzar a deshacer aquel tibio nudo caótico de futuros trapos, cuando me dí cuenta de que pese a la cuidadosa contabilidad de mis paños menores.... ¡uno de ellos faltaba!
¡Horror de los horrores! ¿Acaso no había sido YO personalmente el que había colocado la ropa en la lavadora? ¿Qué truco cruel me estaba jugando la vida que ahora me negaba la entrega de uno de mis propios calzoncillos? ¿Será que me lo está escondiendo como si fuera un rehén a cambio de una cuantiosa recompensa?
Sin pensarlo más y entrando en materia, directamente comencé a escarbar como perro buscando su hueso enterrado. ¡No podía ser! Y ahora, para colmo de males, descubrí que tampoco encontraba el par de uno de mis calcetines azules oscuros. ¡Insoportable: DOS prendas desaparecidas, en MI casa, de MI lavadora y todo eso después de que YO PERSONALMENTE me encargué de lavarlas! ¡Casus belli! grité a todo pulmón, mientras invocaba palabras húngaras adultas que le rendían pleitesía a las deidades de la escatología entremezcladas con las de la divinidad.
Tras de recuperar un poco la calma después de haberme desquiciado por tan flaca causa, decidí continuar doblando la ropa para guardarla y entonces fué cuando me percaté de que el dichoso calcetín "desaparecido" había sido capturado por la pierna de uno de mis pantalones oscuros y estaba a punto de ser devorado por la entrepierna del mismo. Afortunamente como caballero que rescata la dama en el momento crítico de la película, lo pude salvar de su negra suerte. ¡Qué sentimiento tan gratificante el que se siente al haber logrado esa aparentemente insignificante pero importante faena! Felizmente admito que los actos caballerosos siguen vivitos y coleando, tal como yo lo acababa de demostrar en mi tarea de hidalgo de la ropa limpia.
Orgulloso de mis acciones, decidí regresar a la secadora para revisar una vez más y asegurarme de que no hubiese quedado nada adentro y cuando me acerqué, ahí mismo, ante mis ojos, entre el brillante tambor de acero inoxidable y una de sus aletas, ¡se encontraba arrugado y atrapado el reverendo calzoncillo! La euforia que se apoderó de mí es inexplicable; casi me sentí como el Sherlock Holmes de la ropa interior, el detective máximo de los paños menores, el Charlie Chan de los "chones": ¡había resuelto el misterio del calzoncillo desaparecido!
Y pensar que me había preocupado tanto por tal nimiedad... ¡qué vergüenza, mano!
André Csihas
San Antonio, Texas
21 febrero 2010
Friday, February 12, 2010
Todos podemos ser escritores...
El querer escribir me ha robado el placer de leer por leer. Hoy en día, leo con ojos hambrientos por aprender las técnicas de un buen escritor. Sin embargo, tenemos que recordar que un buen escritor, y un escritor que vende sus libros como pan caliente, no equivale a lo mismo.
Les transcribo un párrafo de un autor Americano cuyas novelas han brincado a la pantalla cinematográfica y se han convertido en éxitos mundiales. Sus historias me hacen llorar, pero no puedo leerlas con ojo crítico. Me imagino que una vez establecido, sus editores pasan por alto los pecados veniales que a nosotros no nos perdonan.
‘Leslie, the baby of our family, is currently studying b and p at c with the intention of becoming a veterinarian. Instead of coming home during the summers like most students, she takes additional classes with the intention of…’
Y así, el libro entero esta escrito para entretener y no para enseñarnos la mejor forma de escribir.
Todos los escritores pasamos por una época en que nos cuestionamos no solamente nuestro talento sino también buscamos una justificación para nuestra escritura. La respuesta es: si quieren escribir, escriban. No dejen que nadie les diga que no pueden. Si las suerte les sonríe y se convierten en escritores de bestsellers como el arriba citado, ¡Enhorabuena!
Bertha
Tuesday, February 9, 2010
Lone Star Cavern State Park
A menos de dos horas de distancia de San Antonio, y quince minutos de Marble Falls se encuentra esta linda caverna.
Hermosa cavidad formada por el cauce de aguas subterraneas y no por el constante gotear que forman las estalactitas y las estalagmitas, me recuerda algunas de las estructuras rocosas que la erosion del viento nos regala en Arches National Park, Utah.
Tan solo quise compartir esta linda foto con mis amigos blogueros.
Saludos,
Bertha
P.D. Me dejo de funcionar el 'cut' and 'paste' con MS Word y ya no pude poner acentos. Mil disculpas.
Hermosa cavidad formada por el cauce de aguas subterraneas y no por el constante gotear que forman las estalactitas y las estalagmitas, me recuerda algunas de las estructuras rocosas que la erosion del viento nos regala en Arches National Park, Utah.
Tan solo quise compartir esta linda foto con mis amigos blogueros.
Saludos,
Bertha
P.D. Me dejo de funcionar el 'cut' and 'paste' con MS Word y ya no pude poner acentos. Mil disculpas.
Monday, February 8, 2010
Indolente espera
Indolente Espera
Vertidas frías palabras;
resisten mudas
esta inmensa amargura.
Me asfixian los minutos;
estrangulando mi garganta.
La tristeza es cortante cuchillo
que troza mi alma.
La espera;
con sus garras afiladas
trastorna mi calma.
El tiempo;
con sus dardos penetrantes
surca mi piel.
Enemigos silentes
son las lágrimas
que luchan por acongojar
mi corazón.
Me sumerjo en este viaje;
que es la espera:
navegando en aguas turbulentas;
mientras busco atajos
para silenciar
esta indolente espera.
Nada me incita;
nada me excita.
La realidad se anida en mí;
dejándome saber:
no estás.
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