Wednesday, November 4, 2009

Fiel seguidor de este blog se desmaya ante regalo de colega.

El titular no miente: tú, mi gran amiga Bertica, me has dejado maravillado ante tamaña ofrenda. Me honras con tus observaciones de índole histórica recopiladas durante tu periplo mexiquense, al asociarlas parcialmente conmigo, porque durante tu tiempo de descanso con familia me incluíste en el mismo.

En realidad, más bien yo tengo que acreditar a mi otra gran amiga y colega, la Dra. Florence Weinberg, quien fue la autora de las novelas, la que investigó por interminables años, la que recopiló los datos y la que con su magia de escritora, finalmente amalgamó la triste pero verídica historia de la expulsión de los jesuitas con un poco de ficción, para conjurar con su hechizo literario lo que terminaron siendo las divertidas y misteriosas aventuras del padre Ignaz Pfefferkorn, S. J. Para mí tengo, que Florence me concedió el gran privilegio de ser su traductor, así pues que si en algún momento hollaste territorio histórico que relacionaste conmigo, es gracias a ella. A la máxima brevedad, en el año 1767 los jesuitas fueron reunidos en Guaymas (presente Estado de Sonora) en el Golfo de California o Mar de Cortés. Luego fueron trasladados a San Blas (presente Estado de Nayarit) en la costa del Pacífico. Después fueron trasladados a Guadalajara (presente Estado de Jalisco) y finalmente llevados hasta el puerto de Veracruz (presente Estado de Veracruz) en el Golfo de México (o Golfo de Campeche) para hacer escala en La Habana, Cuba, teminando por útimo en el Puerto de Santa María en España en el año de 1769.

Me dá mucho gusto saber que entre la turbia y nefasta creciente ola de rencor de ese entonces hacia los Jesuitas de parte del clero "tradicional", hubo uno que otro miembro ilustre y considerado que vió y rconoció el resplandor de algunos de los verdaderos tesoros legados por la Compañía de Jesús, que eran el conocimiento y los libros que lo contenían, en vez del oro y las riquezas minerales que tanto afiebraban y obsesionaban a la corona española de la época: mis respetos al obispo Palafox. Según tu relato de la biblioteca, parece que para mí habrá de ser una futura visita obligada con el tiempo correspondiente para dedicarle. ¡Ya puedo imaginar de antemano las joyas que sus páginas contienen!

Finalmente, el nombre del pueblo de Cacahuamilpatiltzan me sonó igualito que Uvalde: fácil.

¡Gracias, Bertica!

André

Un Regalo para un fiel seguidor de este Blog





Regresando de unas lindas vacaciones por México en las que nos dedicamos cien por ciento a pueblear, (verbo transitivo y reflexivo a la vez*) tuvimos la oportunidad de disfrutar el sabor festivo del día de muertos en el centro de México.

Escribiré en otra ocasión acerca de mis experiencias del día de muertos, pero lo que quisiera escribir aquí, el día de hoy, y compartir con mi fiel amigo seguidor de este blog (y tú sabes quién eres) es el recorrido que hicimos por Puebla y Veracruz, probablemente siguiendo la ruta que tu antiguo amigo Jesuita tuvo que seguir al ser desterrado de México. Muchos de los Jesuitas abandonaron el país por San Juan de Ulúa, un fuerte que defendió la heroíca ciudad de Veracruz y que sirvió de marco para la llegada y salida tanto de ilustres como de prisioneros de guerra. Linda construcción que se ha dejado a la buena de Dios. Pero en fin, al salir los Jesuitas de México, el excelentísimo obispo Palafox de la Ciudad Puebla de Los Angeles, recopiló las colecciones de libros que dejaban los Jesuitas atrás y compiló éstos volúmenes en una biblioteca grandiosa que donó a la ciudad de Puebla y que hasta el día de hoy, lleva su nombre.

Cuenta la colección con un sinfín de libros relilgiosos, científicos e históricos en idiomas muertos. Latín, hebreo, etc. Y muchos de estos libros fueron escritos a mano, con una caligrafía elegante pero ilegible a la vista de los que tan solo podemos leer letras de molde en pica 12.

Los libreros que acogen esta gran colección se elevan a una altura de tres pisos y son de madera fina, tallada con toda la elegancia de hace trescientos años cuando la mano de obra de los indios era prácticamente gratis.

Fueron muchos lugares por los que anduvimos puebleando, pero estos especialmente, me hicieron pensar en tí y en los libros de Florence donde se cuenta la expulsión de aquel Jesuita de nombre Ygnacio y apellido impronunciable pero no tanto como el pueblo de Cacahuamilpatiltzan.


Berta

* Para reirse un poco, opriman el boton de 'translate' y vean que fue lo que hicimos estas vacaciones, ja ja!